José María
Calderón
Director de OMP
en España
Ante la situación de nuestro
mundo, podemos tener la tentación de replegarnos y culpar de lo que está
ocurriendo a los políticos o a los que gestionan los grandes poderes de nuestra
sociedad: medios de comunicación, responsables de las redes sociales, los que
manejan las economías más importantes…
Es fácil, recurrente e
incluso cómodo mirar a los demás cuando se trata de echar la culpa. Pero yo me
pregunto: estos hechos que nos rodean de corrupción generalizada, de mentira
continuada, de ideologización de la cultura, de la educación y de la forma de
concebir la vida y la sociedad, todo esto… ¿no será acaso también porque los
que debemos ser sal de la tierra y luz del mundo, como nos dice Jesús en el
Evangelio (cf. Mt 5,13-16), no lo estamos siendo? ¿Manifestamos con nuestro
comportamiento que estamos iluminados por la Luz, que es Cristo? ¿Somos
testigos del Señor que se presenta a sí mismo como el Camino, la Verdad y la
Vida?
El testimonio de Pauline…
Hace muy poco, el 22 del
pasado mes de mayo, se beatificaba en Lyon a Pauline Marie Jaricot. Esta mujer
no vivió tiempos más fáciles y cómodos que los nuestros. Era una laica de la
Francia de principios del siglo XIX, llenos de reminiscencias caducas e
ideológicas… Pero no pactó con el mundo que le había tocado vivir. Con una
intrepidez espectacular y, sin duda, con la fuerza que da el Espíritu Santo a
los que aman a Dios, ella quiso ser testigo de algo mejor, de un mundo mejor,
de unas relaciones humanas mejores.
La joven Pauline unió la
oración, verdadera contemplación del corazón, con la acción y con la compasión.
Y concibió así “el plan” que permitió fundar la Sociedad de la Propagación de
la Fe en 1822, motivada por el deseo de que en el mundo reinara el amor de
Dios, capaz de hacer que todo se transforme. Una Sociedad que, con el correr
del tiempo, llegó a convertirse nada menos que en una de las Obras Misionales a
las que el papa Pío XI dio justo un siglo después, en 1922 —otro de los grandes
centenarios de este año—, la categoría de “Pontificias”, recomendándolas y
encomendándolas a toda la Iglesia.
Pero hubo todavía más. La
creación, también por parte de la beata Pauline Jaricot, de la Asociación del
Rosario Viviente, que tuvo lugar unos años más tarde, en 1826, fue una lección
de confianza en Dios y en el poder de la oración para hacer realidad la paz y
la fraternidad prometidas por Jesús. Y, por último, su empeño firme y audaz de
sacar a los trabajadores y, especialmente, a las trabajadoras de una forma de
vida injusta, inhumana y anticristiana —empeño que acabó llevándola a la ruina
y a la mayor de las pobrezas— es todo un testimonio de que el creyente no se
puede conformar con el lamento y la queja; de que cada uno de nosotros, tú y
yo, igual que el papa Francisco o las religiosas, estamos llamados a ser
testigos de Cristo muerto y resucitado; de que ninguno de nosotros puede pactar
con la mediocridad.
… y el de nuestros
misioneros
El Santo Padre ha propuesto
para la Jornada del Domund de este año 2022 el lema “Seréis mis testigos” (Hch
1,8). Eso dice el Señor a los apóstoles. Y estos hombres, pocos y con muchas
debilidades, se extendieron por todo el mundo, sin miedos, sin complejos, sin
protestas ni condiciones, a llevar aquello que habían descubierto en el Corazón
de Cristo, que les había cambiado la vida.
Hoy muchos hombres, y más
mujeres todavía, de todas las condiciones —solteros, casados, sacerdotes,
consagrados…— están siendo testigos de Dios por toda la tierra. Son nuestros
misioneros; esas personas que han oído la voz del Redentor que las llama y están
convencidas de que pueden aportar su grano de arena para que este mundo sea un
poco más digno cada día.
Son hombres y mujeres de
todas las edades, aunque la media de años, muy alta, es señal de que hacen
falta nuevos jóvenes, como ellos lo fueron en su momento, que vivan también ese
precioso compromiso de entrega a la misión para toda la vida. Son personas que
creen que pueden ser sal que ayude a que no se corrompa nuestra sociedad; que
creen que pueden ser luz que impida que las tinieblas del pecado, el egoísmo,
la soberbia y la avaricia reinen en nuestros corazones.
El Domund de 2022 va
a ser un bonito homenaje a los que, como Pauline Jaricot, se creen el Evangelio
y procuran ser sus testigos en la misión. Porque el Señor quiere testigos, sus
testigos. ¡Y tú y yo estamos llamados a serlo en medio del mundo!