Queridos misioneros y misioneras navarros:
Con alegría me acerco hasta vosotros a través de la revista que edita la Delegación diocesana de Misiones para enviaros un saludo agradecido por vuestra vida y la hermosa tarea evangelizadora que realizáis en distintos países del mundo.
Vuestra vocación es un regalo grande,
para vosotros, sin duda, pero también para aquellos que reciben de vosotros el
testimonio de una vida enamorada de Cristo, allí donde estáis y, por supuesto,
también para nuestra Iglesia de Navarra. Mi gratitud porque, con vuestro
apostolado, sois luz y sal junto a tantas personas que sufren a causa de la
pobreza, la enfermedad y la soledad.
Sois presencia gratuita que respira el
amor de Dios y que pone de manifiesto que la felicidad no consiste en hacer o
en tener, sino en ser sencillamente testigo y espejo de Dios.
Como la levadura que no se ve ni se oye
pero que hace fermentar la masa, muchas personas se benefician de vuestra
presencia; una presencia discreta y reconfortante; una presencia gozosa en
momentos de alegría y una presencia de compasión junto a quienes sufren,
haciendo renacer en muchos de ellos el cariño y la esperanza. Gracias, queridos
misioneros y misioneras, por vuestro testimonio de vida.
Y nos ayudáis a vivir la universalidad
de la fe. Sin duda, gracias a vosotros, llegamos a entender lo que significa
eso que el Papa Francisco nos repite con tanta insistencia: «salir a las
periferias».
Damos gracias a Dios por vuestra vida,
por vuestra entrega… ¡por vuestra vocación! Acción de gracias que se convierte
en oración para que no decaiga vuestro entusiasmo, más si cabe en estos tiempos
en que sufrimos las consecuencias de la pandemia de COVID-19. Pedimos al Señor
que os acompañe siempre para que, con vuestro testimonio, ayudéis a muchas
personas a encontrarse con Aquel que les ama con un amor infinito.
Quiero que, a través de esta carta, y a
través de la Delegación de Misiones de
nuestra diócesis, os
llegue mi recuerdo, mi afecto y mi oración por
vosotros, por vuestro trabajo, por vuestras necesidades y vuestras familias.
Precisamente algunos de vosotros
pasaréis el verano junto a nosotros, disfrutando del cariño de la familia y de
un merecidísimo descanso. Seguro que tendremos tiempo para compartir vuestra
vida y vuestro trabajo.
Pongo a cada uno de vosotros en las
manos entrañables de la Reina de las Misiones. Ella es madre, ella es la madre
de esta gran familia que formamos todos los bautizados. Mirándola a ella, bajo
la advocación de Santa María la Real, os bendigo con todo afecto.