“A los 90 años vuelve como misionero a Maracay, Venezuela”
“La edad
sólo la padece el cuerpo.
El espíritu
no tiene edad.
Lo que eres
hoy, lo serás siempre.
Lo que no
eres hoy, nunca lo serás”
Alejandro
Jodorowsky
Ayer
fue un día especial. Mientras la ciudad se vestía de blanca nieve, el frío se
fundía a nuestro alrededor entre amistades compartidas, celebradas…
Ayer
nos despedíamos de Juan José Zugarramurdi, sacerdote diocesano nacido en
Santesteban una primavera de 1926. Hijo de esta tierra misionera hasta la
médula desde que viera nacer a San Francisco Javier, y sobre todo amigo de sus
amigos, nos hizo brindar al unísono por los recuerdos compartidos y nos dijo,
sin necesidad de palabras, que lo importante es la entrega constante día a día,
y que mañana Dios dirá.
Ayer
todos nos llenamos de mañanas al ver en el rostro de Zugarramurdi la misma
ilusión con la que hace 59 años partió para ser misionero, como hace hoy de
nuevo rematando casi un siglo de vida recibida para ser dada.
¿Cómo
puede no perderse la inocencia en la mirada y la sonrisa con los años?, ¿cómo
puede mantenerse la ilusión y el espíritu a una edad en la que al cuerpo le
cuesta seguir el ritmo?... Ese es el don que reciben los misioneros: hombres y
mujeres, sencillos e intrépidos, que miran a la cara, sonríen con limpieza,
admiten con holgura sus defectos y no se amilanan ante nada. Y es que Dios, en
su aparente ausencia, es roca firme. Quienes estamos en esto lo sabemos.
Ayer
fuimos testigos de que darse hasta el final, y hacerlo desde Dios, nos lleva
irremediablemente a la experiencia de haber recibido más, mucho más de lo que
se entregó. Por lo tanto urge seguir dándose, pues la vida es un tesoro que
sólo se gana cuando se da.
Si
Zugarramurdi hubiera conocido a Sabina, de seguro se hubiera ido parafraseando
al cantautor: “una mentira en dos palabras: no puedo”.