Mons. Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela.
El misionero que sigue al Señor no se
avergüenza. Comunica con sencillez lo que ha visto y oído: “No podemos dejar de
hablar de lo que hemos visto y oído” (Act 4, 20). Hay muchas personas que
creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que
ellos mismos. La fe del misionero ha de ser alternativa para los que han
perdido el sentido de su existencia que es algo muy común en nuestra sociedad
ávida de éxitos que se esfuman, ansiosa de felicidad que tiene su fuente en lo
etéreo y en lo inexistente, buscando recursos en lo material que agobia y
hastía… Este es el mejor momento para llevar el evangelio de Jesucristo. “El
Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia (…) A
través de la encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería
dar al hombre desde sus comienzos…” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, n.1). Sin Jesucristo la humanidad se deprecia y
devalúa tanto que pierde la esencia propia de su humanismo. La pasión del
misionero pone su acento en las palabras del Maestro que vividas con fervor y
buen espíritu son medicina y esperanza para la humanidad.
El misionero no pasa de largo ante el
sufrimiento humano. Sufre con el que se encuentra en el camino, sufre por amor
de la verdad y de la justicia; sufre sin quejarse y se fortalece con un amor
que enardece el corazón de los demás. Son los elementos fundamentales que hay en
lo más íntimo del ser humano, sea de la condición que sea o de la cultura a la
que pertenezca, y por tanto se han de respetar. Por eso el misionero tiene la
facultad, apoyado en el nombre de Jesucristo, de hacer resurgir el auténtico
humanismo que tiene como nombre: AMOR. Sin el amor que tiene su fuente en Dios
el ser humano se destruye a sí mismo. El amor es aquel que constituye el
verdadero humanismo. Tantas realidades que se ponen en duda y que se llegan con
petulancia a legislar destruyendo la vida humana desde sus inicios hasta el
final, son modos de actuar que lesionan gravemente lo humano. “La vida no es un
problema a resolver sino un misterio a vivir” (Soren Kierkegaard-filósofo danés
del s.XIX). Y ese misterio va haciendo posible que se reconozca al ser humano
como la creatura más sagrada y respetable que pueda existir.
Estamos en el tiempo de hacer honor y ser
agradecidos a los misioneros. Invito a todos los fieles de nuestra diócesis que
apoyemos a aquellos que están en otras regiones y países del mundo. Que
apoyemos, en nuestra tierra, a todos los agentes de pastoral como son los
sacerdotes, los consagrados, los catequistas y los fieles cristianos para que
sigamos confiando en la misión que Jesucristo nos ha encomendado a todos. Y no
olvidemos de ayudar con nuestra caridad y solidaridad económica a los más pobres
y necesitados. Las Obras Misionales Pontificias nos lo agradecerán. ¡FELIZ
JORNADA DEL DOMUND! ¡FELIZ JORNADA DE LOS MISIONEROS!