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Nunca olvidaré esta enriquecedora experiencia de vida

Testimonio de Amaia. Voluntariado Misionero Solidario 2014, con ACOES, en Honduras.

Diario La Tribuna. Honduras, país de maras, de homicidios, de abusos. El país más peligroso y corrupto del mundo. Qué lástima leer estos titulares cada día…

Pero yo añadiría, HONDURAS, país lleno de sueños, de ilusiones, de desafíos, donde todo es alegría, sonrisas y agradecimiento en un mundo lleno de pobreza, de hambre, de personas realmente necesitadas. Donde cada persona conocida tiene un relato de vida durísimo (sus chozas; su pasado marcado por abusos; el hambre o la falta de agua; el convivir con la muerte; las maras; su vida en la calle…), donde uno se siente enano al lado de cada uno de ellos cuando escucha todos esos relatos que jamás uno vivirá a pesar de 100 años de vida aquí.

País de jóvenes ejemplares, que luchan cada día con gran esfuerzo, sacrificio, trabajo, entrega y con gran entusiasmo. Con escasos recursos económicos donde ayudan sin recibir nada a cambio, sirviendo a los demás. Con una única mira, lograr un futuro mejor.

Jóvenes que se levantan a las 4-5 de la mañana y su día acaba a las 10-12 de la noche, dependiendo de sus estudios, tareas… Donde colaboran durante el día en su populorum, en los diferentes proyectos y estudian al máximo para prosperar en la vida. Pero donde jamás escuchas una queja de su dura rutina y trabajo; donde la amabilidad y hospitalidad hacen sentirse a uno como en casa; donde te brindan todo lo que tienen aunque no tengan nada; donde el cariño, lo emocional no tiene precio, ya que muchos en sus casas no lo perciben, sienten; donde experimentas el amor auténtico, tan humano, con millones de sonrisas y abrazos; donde se da gracias a Dios por cada minuto de vida, cada oportunidad recibida y por cada esperanza; donde apuestan por un futuro mejor gracias a la posibilidad que se les brinda de una educación, la meta para cambiar una durísima realidad, un durísimo país; donde la gratitud es inmensa, tan solo por un momento de escucha, de acompañamiento, de estar; donde el concepto de infancia se vive sin vivirla como niños, donde caminan 4-5 horas para llegar a un lugar llamado escuelita, olvidándose allí de su vida y poniendo multitud de ilusiones por aprender; donde los niños juegan entre ladrillos, basura, cerdos, con zapatos rotos y ropas estropeadas, pero con sus mejores sonrisas…

HONDURAS, país donde predomina el verde esperanza que contagia aquel que lo visita; donde en cada rincón se escucha su música “punta”, la que anima a bailar y moverse; donde se come la mejor fruta y sus licuados, acompañados de deliciosos panqueques, baleadas o tajaditas; donde las tiendas enrejadas pasan a llamarse pulperías, lugares donde encuentras desde comida hasta higiénicos, pasando por bricolaje; donde los viajes en pailas o camión están llenos de anécdotas y sabiduría, en donde sientes la verdadera libertad y el aire en estado puro; donde agarras las cosas y al cabo de las horas acabas hablando catracho: ¡Qué barbaridad! ¡Relájate vo! ¡Qué pedo! ¡Cheque!; donde abundan los busitos amarillos y los rapiditos para transportarte de un lugar a otro al son de Reggaeton o donde los caminos con multitud de hondas y fango hacen que tras largas horas de trayecto llegues repartiendo las mejores esperanzas para los que están allí.

HONDURAS, un país con personas maravillosas que enseña el valor de las cosas, el valor de una vida incalculable, el amor auténtico y donde, el cambiar la vida para mejorar la de muchos de ellos no se puede explicar, hay que vivirlo. Es imposible mirar para otro lado, cuando la realidad ha sido esa.

HONDURAS y su gente me ha enamorado, me ha robado un trocito de corazón. He vivido una bonita experiencia marcada por el cariño, la amistad, la pobreza, las ganas de luchar y no rendirse, de vivir, de valorar los pequeños momentos que marcan la vida de una persona y tan solo me queda decir, GRACIAS.

GRACIAS a las personas que he conocido, las que me han enseñado tanto con su esfuerzo y su sabiduría; gracias por cada momento vivido; gracias por vuestras palabras de cariño; gracias por dejarme experimentar el amor que allí he vivido; gracias por vuestra hospitalidad y sobre todos, gracias a ACOES y al Padre Patricio, por el magnífico proyecto que llevan a cabo cada día.

Nunca olvidaré esta enriquecedora experiencia de vida y que sepan que esto no ha hecho más que empezar…