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Misiones en tiempos de coronavirus


Como gran parte del país, a aquellos que trabajamos por las misiones -por nuestros misioneros y misioneras- nos toca vivir, como a casi toda la población, un encierro en casa forzado pero legítimo. Un retiro que, lejos de alejarnos de nuestras rutinas laborales y familiares, nos da la oportunidad de acercarnos a la raíz de todo lo que hacemos. Por supuesto, nos toca lidiar con nuevas rutinas en medio de un espacio para la convivencia que se reduce cuantos más miembros familiares conviven juntos, pero esto, más que una dificultad tediosa, es todo un reto. Que se lo digan a muchos sacerdotes que se han tenido que poner al día con las nuevas tecnologías para no desampararnos de sacramentos; a religiosos y religiosas que nos invitan a orar, a laicos que agudizan el ingenio para transmitir fe y esperanza desde el mundo digital, a padres y madres de familia que se esfuerzan para conjugar estudios, tareas, ocio, trabajo y oración compartida en familia.
También hemos podido observar, durante estos días, como surgen nuevos hábitos, como salir al balcón o a la ventana a las ocho de la tarde para valorar el trabajo de los sanitarios a través de aplausos. Por cierto, son los mismos que hace poco eran noticia por ser agredidos en sus puestos de trabajo. Creo, sinceramente, que la fragilidad nos humaniza y nos abre los ojos a lo que, de ordinario, se nos pasa inadvertido. La indefensión e incertidumbre nos hace caer en la cuenta de que nos necesitamos los unos a los otros, más de lo que somos capaces de admitir. ¿Será que la experiencia de la cruz humaniza por su propia inercia? ¿Será que necesitamos sabernos esclavos para abrirnos a la oferta de libertad que surge del compromiso que brota del amor, del amor en mayúsculas? ¿Será que, como una semilla aprisionada por la tierra que la rodea, hasta que no decidimos dejar morir las inercias que no nos aportan vida, no empezamos a morir a la vida… morir a la VIDA? Supongo que es inevitable utilizar lenguaje cuaresmal.
Dicho lo anterior, merece la pena levantar la vista un poco más allá de nuestra experiencia personal: más allá de nuestras ventanas y balcones, mucho más allá del piso de enfrente con los vecinos de enfrente, más allá del cielo que podemos divisar -con nostalgia de calle- mientras la brisa nos acaricia el rostro… mucho más allá. 
Allá donde la indefensión es mucho más que estar confinados. Donde las madres ven morir a sus hijos por falta de comida o de una aspirina, donde los niños trabajan 16 horas diarias en talleres oscuros o en minas miserables, allá donde las pateras yacen en un fondo azul de sueños muertos, allá donde las fronteras hieren más por la falta de humanidad del otro lado que por las concertinas… allá.
Allá donde hombres y mujeres de Dios dan su vida día a día de manera incondicional, héroes anónimos por los que nadie aplaudirá en los balcones a las ocho de la tarde. Allá donde nuestros misioneros y misioneras hacen milagros con nuestras aportaciones: colegios donde se siembran futuros, hospitales donde se curan heridas con humanidad desbordada y pocos medios, pozos para saciar sed de agua y de vida, asociaciones para defender derechos humanos sobre los que recaen demasiados intereses, templos y capillas para encarnar a un Dios amor donde la indiferencia brilla por su ausencia…
Allá donde siguen esperando que no nos olvidemos de ellos, ni de aquellos a quienes tienen a su cargo, por vivir una situación de fragilidad. Situación vital que nos puede hacer más fuertes al entender que nos necesitamos los unos a los otros, sobre todo en momentos de adversidad.
Lo que nos hace verdaderamente humanos no es sobrevivir, sino el amor en su sentido más amplio y profundo… y concreto.
Además, es en tiempos de fragilidad donde se sabe, o debería descubrirse, que el momento de hacer las cosas es ahora. No ayer que ya pasó, o para un mañana que no nos pertenece, sino ahora. Ahora es el tiempo. Por ello si tienes que decirle a alguien que lo quieres, díselo de todas las formas posibles. Si tienes que pedir perdón a alguien hazlo, o perdona tú. Si tienes que ayudar a alguien ahora es el momento, ahora. Si quieres transformar el mundo y cambiar las cosas a mejor, al estilo de Jesús de Nazaret, como hacen nuestros misioneros y misioneras día a día, ve más allá de tu confinamiento con tu aportación… ¡Ahora!

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