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El Mes Misionero Extraordinario “a la vuelta de la esquina”.




Tic, tac… tic, tac… tic, tac…

El reloj apremia y poco a poco las agendas se aceleran. Octubre no está tan lejos estando tan cerca el verano. Algunos han dilatado la distancia para el esperado acontecimiento manteniendo las “manos en la masa”, sin prisas pero sin pausas. Otros, sin estar rezagados, se sienten algo aturdidos ante la idea de que siempre se puede hacer más. Algunos, los menos, esperan darlo todo en la recta final pues “lo importante es participar”. Aunque que puede que todo esto nos defina a cada uno: ¿no andamos todos con cierta urgencia en el corazón y en las manos dando lo que creemos que podemos dar, sabiendo que siempre podemos hacer más y apremiados por un final de carrera que cada vez se antoja más cercano?

Pero ¿qué pasaría si el final de la carrera fuera el inicio? ¿Si octubre fuera el comienzo de algo grande -tan grande- que la meta no sea más que incentivo y no destino? El Mes Misionero Extraordinario se convertiría en un acontecimiento más allá del acontecimiento.

La idea me embriaga de emociones, que van desde el gris oscuro hasta el azul cielo infinito, y -dada mi naturaleza- no he podido evitar parar un momento para soñar. Soñar desde la raíz.

Si no temes hacerlo, sueña conmigo. Piensa por un momento que tenemos la oportunidad de crear un espacio, sin espacio, donde dar el lugar que se merece a todas aquellas cosas importantes que día a día relegamos a un segundo plano ante la urgencia de lo cotidiano.

¡Hagámoslo!… ¡Construyamos ese espacio juntos!...

¡Busquemos ese momento inicial que movió a todo misionero y misionera a entregar la vida para encarnar el sueño de los sueños descrito en la Palabra viva de Jesús de Nazaret! ¡Desnudémonos de miedos e inseguridades para vestirnos de esperanza! ¡Desprendámonos de odres viejos, estamos a tiempo, que octubre promete vino nuevo! ¡Pasemos a la otra orilla en medio de tanto afán! ¡Brindemos por las Martas que nos permiten ser María, y seamos su relevo de vez en cuando! ¡Hagamos el camino, sin perder de vista el horizonte, mientras atendemos a los “prójimos” que nos salen al paso! Cuidado, que nosotros podemos ser al mismo tiempo caminante y prójimo necesitado. ¡Concedámonos la misma misericordia cuando lo necesitemos!

¡Demos de comer al hambriento y de beber al sediento; vistamos al desnudo, curemos al enfermo, acojamos al forastero, visitemos a los encarcelados… y guardemos un profundo silencio ante el misterio de Dios en el pan y el vino para poder encarnar bienaventuranzas!

¡Que la misericordia sea nuestra perenne compañera! Sobre todo cuando no existan motivos aparentes para ello.

¡Invitemos a la indolencia a que sea doliente! Y si lo consigue hagamos que se sienta digna de amor.

¡Que no quede nadie sin entender que Dios “sueña” como nosotros! Sueña con hacer de nuestra historia personal, y comunitaria, Historia de Salvación con todo lo que en ella hay. Sueña a través de sus misioneros y misioneras. Sueña con nuestro trabajo de animadores, para que sea más, mucho más, que el eco de tanto sueño encarnado. Sueña con una Iglesia con raíces al viento.

¡Hagamos que cada oración, cada acto, cada charla, cada mensaje, cada imagen, cada exposición… y todo lo que hagamos, abra surcos en la tierra sedienta de una humanidad llamada a ser fértil! ¡Pidamos, pues, que no falten sembradores! Que no hay suficientes manos para tanto grano.

Tic, tac… tic, tac… tic, tac…

Hasta el sonido del reloj que me invita a “no perder el tiempo” se ha vuelto preludio de un tiempo nuevo.