• INFANCIA MISIONERA


    Uno para todos y todos para Él
  • MEDITACIÓN DIARIA


    ¡Reza con nosotros por las misiones!
  • SUPERGESTO


    La revista para jóvenes, ahora en formato 100% digital

Carta abierta de un trabajador de OMP para Anastasio Gil


Por más que cierro los ojos para hacerme a la idea de que mañana no estarás en tu trabajo, esa gran familia donde te gustaba estar, no consigo inventar una despedida. No me sale de los labios el adiós que he estado guardando para hoy.

Me sale tu sonrisa, la que no podías evitar a pesar del carácter recio; me sale tu mano cálida en el hombro después de una corrección; me sale, aunque vuelve dentro, esa pasión que no disimulabas por la entrega en todo lo hecho o por hacer y cómo podías disculpar un error pero no la dejadez; me sale también, porque me enseñaste a dejarlo salir, la frustración de no llegar, no por no haberlo intentado, sino por mi fragilidad, porque nunca negaste que contabas con ello; me sale mi admiración por tu capacidad de llegar a todo, la que nunca me reclamaste; me sale tu mirada humana mientras exigías más cuando podías exigir más, que solía ser a menudo; me sale mi nombre en tus labios aunque yo era sólo uno de tantos, de tantos, pero te gustaba provocar esa sensación de cercanía con la suficiente distancia de por medio; me sale, sin pretenderlo, la calidez de tu afecto aunque eras parco en afecto; me sale tu honestidad, eras como eras y te mostrabas como tal, sin dobleces, gustara o no; me sale el olor a comida en el pequeño comedor de la casa “madre” en Madrid donde la tertulia sobre cosas de trabajo sabía a familia; me sale tu preocupación, honda y sincera, por aquellos que estaban a tu cargo, tu otra gran familia: los misioneros; y me sale tu orgullo al pronunciar sus nombres y sus quehaceres, sin dejar nunca de recordarnos que eran nuestros quehaceres…

¡Se puede hacer tanto! ¡Se puede hacer tanto por ellos! ¡Se puede hacer tanto con ellos! Nunca perdiste la voz para pedir uno, o cinco, o cien… ni para agradecer cien, o cinco, o solamente uno.

Y digo yo, después de tanto empeño por querer despedirme de ti, querido Anastasio, ¿para qué hacerlo? ¿Por qué no seguir trabajando juntos en la distancia, como hasta ahora, entre un padre nuestro y un ave María, que era como a ti te gustaba hacerlo?