Mons.
Francisco Pérez González
Arzobispo
de Pamplona y Obispo de Tudela
22
de Octubre 2017
Si tuviéramos que hacer una valoración
de lo que significan los misioneros en la sociedad, no tendríamos palabras para
definir la grandeza de aquellos que, sin saber a lo que se exponen, entregan su
vida gratuitamente por los más pobres. No se paran a pensar en todas las
dificultades que se van a encontrar puesto que entregan su vida a fondo perdido. Son valientes pero no por los resortes de un
sentimentalismo solidario sino porque Jesucristo les ha fascinado y quieren
seguir su mismo ejemplo. Son valientes porque viendo la miseria espiritual y
material se lanzan a cualquier lugar de la tierra para anunciar a Jesucristo
como el único que puede cambiar y aliviar a las personas sean de donde sean. Y
son valientes porque más allá de sus heroicidades
que no aceptan como tal aunque se lo digamos, está el silencio humilde de un
testigo que quiere pasar desapercibido porque lo ha aprendido en las páginas
del evangelio.
He tenido la oportunidad de visitar a
misioneros en su propia tierra de misión y siempre he notado su compostura
sencilla y alegre. Cualquier adversidad la soportaban con un sentido humano
valiente y se sentía presentir que los sufrimientos de los pobres era su lugar
de consagración. Se encarnan tanto entre ellos que cuando vienen a nuestra
tierra, en Europa, se sienten huérfanos y prefieren marchar cuanto antes a estar
con aquellos que son como el oxígeno de su vida. Aquí tenemos de todo pero, según
ellos, nos falta calor humano. Allí son pobres y encuentran los corazones
ardientes de afecto y amor. No se pueden desenganchar de sus hijos y siempre los recuerdan como la
mejor herencia que han recibido. Aún recuerdo un misionero de 90 años que vino
un tiempo a nuestras tierras; constantemente me estaba recordando que no se
encontraba bien y quería volver a su misión. Al final ha vuelto con los suyos,
su propia gente, y allí es feliz y quiere
estar hasta el final de su vida. ¡Qué tendrá la misión que tanto fascina! Un
amor entregado engendra familia y a la familia se la quiere.
Estamos celebrando la Jornada del
domingo mundial de las misiones (DOMUND) y para todo cristiano y persona de
buena voluntad, este día nos ha de ayudar a elevar el espíritu para asociarnos
con gozo y en la medida de nuestras posibilidades para recrear la misión, que
es anunciar el evangelio donde quiera que estemos y según la vocación que Dios
nos ha regalado. La misión tiene como cimiento fundamental el cumplir la
voluntad de Dios en nuestra vida. No está en el lugar sino en saborear lo que
en estas circunstancias Dios nos pide: “Yo te he glorificado sobre la tierra
llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” (Jn 17,4). Y siempre con
una finalidad que es la de dar gloria a Dios. Buscar hacer el bien a los demás,
vivir la caridad a los demás y quedarse en esa satisfacción de hacer el bien es
no llegar a la rectitud de intención. Sólo por gloria de Dios, sólo por amor a
Dios se realiza la misión. Esta es la misión fundamental y todo para que no
seamos nosotros los protagonistas sino Aquel por quien nos hemos entregado. “El
que con puro amor obra por Dios, no solamente no se le da de que lo sepan los
hombres; pero ni lo hace porque lo sepa el mismo Dios; el cual, aunque nunca lo
hubiera de saber, no cesaría de hacer los mismos servicios y con la misma
alegría y amor” (San Juan de la Cruz).
Es un tiempo muy adaptado para
reflexionar sobre el mandato del Señor: “Id, pues, y haced discípulos a todos
los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado” (Mt 28,19-20).
Aprovechemos todas las circunstancias que nos toque vivir para llevar el gran
tesoro del amor de Dios a los demás. Y es tiempo para apoyar a los misioneros
que saliendo de su tierra necesitan nuestra oración y fraterna colaboración
económica como expresión de nuestra caridad más sincera. La misión nos espera y
la misión la vivimos juntos como hermanos. ¡Seamos valientes!