Publicado
por OMP ESPAÑA 7/9/2016
SALIR,
romper con la inercia
El
hombre es relación: no puede vivir para sí mismo. Dios le ha hecho capaz de
darse, y su realidad más profunda solo aflora y se consolida en la medida en
que sale hacia el otro. La falsa seguridad que nos proporciona el no movernos
de nuestro ámbito, para no afrontar dificultades imprevistas ni perturbar
nuestra paz, solo lleva al estancamiento. Al contrario, salir de uno mismo
puede implicar riesgos y hasta fracasos y equivocaciones, pero será siempre
mejor que el “moho” que crea la instalación en nuestras comodidades. Es lo que,
en términos de Iglesia, y frente a la tentación de mirar hacia dentro, ha
expresado el papa Francisco: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y
manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y
la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (Evangelii gaudium, 49).
Es
cierto que los motivos para salir físicamente hacia otro lugar pueden ser muy
variados. En unos casos, puede tratarse de un viaje gratificante, por motivos
de placer, laborales o de estudios. En otros, tristemente, de un desplazamiento
forzado y cargado de sufrimientos, como el de tantos inmigrantes y refugiados,
expulsados de sus tierras por el hambre, las guerras, las ideologías
totalitarias... Pero hay todavía otro “salir”, que, a diferencia del primero,
no se centra en las posibles ventajas para quien lo realiza, sino que es un
vencimiento del yo; y que, al contrario que el segundo, no viene provocado por
imposiciones de otros, sino que es fruto de una radical libertad. Es el “salir”
que nos enseñan los misioneros.
El
estilo de vida de estos hombres y mujeres es una propuesta a contracorriente
para la sociedad actual. En contraste con el individualismo que se pone de
espaldas a las necesidades de la humanidad para centrarse en las propias —a
veces, creadas—, la generosidad de los misioneros constituye una auténtica
contribución social, que ayuda a ver al otro como hermano y no como enemigo, y
a hacer posible que entre todos tejamos una red de solidaridad y justicia. Su
entrega y disponibilidad para el servicio son el contrapunto del gran pecado de
la indiferencia y una muestra evidente —y reconocida hasta por las voces más
recalcitrantes— de lo que es la Iglesia que vive las exigencias del Evangelio.
Del
aislamiento al encuentro
Marcelino Laurenz Misionero navarro en Venezuela |
El
lema elegido para este DOMUND, en su 90 “cumpleaños” —la Jornada fue instituida
por Pío XI en 1926—, está completamente en sintonía con el Magisterio de
Francisco, que con tanta vehemencia nos anima a vencer comodidades y a salir.
Las palabras de Dios a Abrahán, “Sal de tu tierra” (Gén 12,1), son también una
invitación a nosotros, cristianos llamados a abandonar la inercia y a dejar los
recintos cerrados para salir al encuentro del necesitado; es decir, a romper el
círculo “de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad” (EG 8),
para ser una “Iglesia en salida” (EG 24). Porque —dicho ahora con palabras de
san Juan Pablo II, aunque parezcan de Francisco— “una Iglesia cerrada en sí
misma, sin apertura misionera, es una Iglesia incompleta o una Iglesia enferma”
(Mensaje DOMUND 1981)
El
misionero es el mejor ejemplo del cristiano que deja de mirarse a sí mismo, y
vence los propios egoísmos y miedos, porque se fía del Señor que le ha
prometido darle “otra tierra”: la “tierra sagrada” del otro como hermano; la
“tierra sagrada” del que sufre necesidad y en el que Cristo pobre se manifiesta
misteriosamente. La salida de los misioneros y misioneras nace de la
interiorización y no del impulso, e implica, además de esa confianza absoluta
en Dios, un trabajo propio de preparación espiritual y cultural. Y no solo una
vez: las que hagan falta, como vemos en tantos misioneros que han tenido que
abandonar un territorio, después de mucho esfuerzo por inculturarse y ser uno
más entre su pueblo, para ir a otra región donde su presencia se hace más necesaria.
El
misionero “sale de su tierra” porque el Evangelio “sale de su corazón”,
queriendo llegar a tantos pueblos que no han oído hablar de Cristo. Sin olvidar
que, cuando se habla de la labor misionera, no hay contraposición entre
evangelización y ayuda en los diversos campos de promoción de la persona,
porque, como expresó el beato Pablo VI, “la actividad misionera anuncia el
Evangelio y abre el camino al desarrollo humano” (Mensaje DOMUND 1970).
Sin
tirar balones fuera
Año
tras año, la Jornada Mundial de las Misiones nos pide que tengamos siempre
presentes las necesidades del mundo y la impresionante labor callada de esos
misioneros que se dejan la piel al servicio de los demás, en los lugares más
olvidados o difíciles. Todo el “Octubre Misionero” es un tiempo especial para
recordar que la misión es expresión de la universalidad de la Iglesia, que se
preocupa también, y de manera especial, de quienes no conocen el Evangelio, en
las periferias de cualquier tipo y hasta los confines del orbe. Lo que se nos
solicita es que no dejemos de poner nuestro grano de arena y de confiar en
Aquel que puede hacer fructificar cada mínimo gesto realizado en favor de esta
tarea inmensa.
El
DOMUND nos anima a colaborar con nuestra oración y nuestra ayuda económica, pero
también a que cambiemos las actitudes que nos encierran en las preocupaciones
particulares, por las que ensanchan la mirada y el corazón a los horizontes de
toda la humanidad. No vale tirar balones fuera, convirtiendo esto en un deseo
etéreo, porque hablamos de un paso bien concreto y posible: “«salir», como
discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su
creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de
la compasión de Dios a toda la familia humana”, según dice el papa Francisco en
su Mensaje para esta Jornada. Es hacer de la propia vida un don gratuito, un
signo de la bondad del Señor.
Permitir
que, a través de nuestras obras de misericordia, alcance a los demás esa
ternura del amor materno de Dios es el primer “movimiento misionero” que
podemos abrigar en nuestro interior. Pero es que realmente el mundo, cada
persona, tiene ansia de Dios, y no logrará saciarla si nosotros, individual y
comunitariamente, “en Iglesia”, no le ofrecemos la palabra que se lo anuncie.
Si esto es así respecto a nuestro entorno inmediato, cómo no iba a serlo cuando
se trata de cumplir el mandato misionero del Señor y de hacer efectivo el
derecho de todas las personas y culturas de recibir el anuncio de la salvación
que transforma la vida.
Por
eso, es inevitable escuchar el “Sal de tu tierra” como una invitación a
plantearse y, en su caso, acoger la vocación misionera. Es necesario que haya
nuevas personas abiertas y dispuestas a “pasar a la otra orilla”, urgidas por
todos esos pueblos que aún no han oído hablar de un Dios que es amor, bondad y
ternura. Hacen falta más testigos de Jesucristo que salgan “de su patria y de
la casa de su padre” para recorrer los caminos del mundo y llegar a todas esas
periferias que necesitan la luz del Evangelio, y especialmente a los pobres.
También esto forma parte de nuestra responsabilidad misionera: pedir al Señor
que nos envíe vocaciones para la misión ad gentes y nos impulse a todos a dejar
atrás la inmovilidad, para participar en una renovada “salida” misionera de la
Iglesia.
Rafael Santos
Director de Illuminare
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